El tiempo nunca está a la venta; el tiempo no es un producto que se pueda comprar en cualquier tienda a cualquier precio por más que lo intenten, pero cuando se emplea el tiempo con sabiduría, su valor es incalculable. En un día cualquiera, a todos se nos asigna sin costo alguno la misma cantidad de minutos y horas para que los utilicemos, y pronto nos damos cuenta de que, como nos enseña esmeradamente el conocido himno en inglés, “el tiempo vuela en alas de relámpago, no podemos hacerlo regresar”. Debemos usar el tiempo que tenemos con sabiduría. El presidente Brigham Young dijo: “…todos estamos endeudados con Dios en cuanto a la habilidad para aprovechar nuestro tiempo, y Él nos exigirá una estricta rendición de cuentas acerca de cómo utilizamos dicha habilidad”
El mal uso del tiempo es un primo cercano de la ociosidad. Al seguir el mandato de “[cesar] de ser ociosos” (D. y C. 88:124), debemos asegurarnos de que el estar ocupados equivalga a ser productivos. Por ejemplo, es maravilloso contar con medios de comunicación instantánea, literalmente, al alcance de la mano, pero asegurémonos de no convertirnos en comunicadores digitales compulsivos. Tengo la sensación de que algunos estamos atrapados en una nueva adicción que consume nuestro tiempo, una que nos ata a estar revisando constantemente y enviando mensajes sociales, y que nos da la falsa impresión de que estamos ocupados y somos productivos.
Sé que la felicidad más grande viene cuando nos sintonizamos con el Señor (véase Alma 37:37) y con esas cosas que brindan una recompensa duradera, en lugar de sintonizar para estar incontables horas actualizando nuestro estado, cultivando granjas en internet y catapultando pájaros enojados contra muros de concreto. Insto a cada uno de nosotros a sujetar aquellas cosas que nos roban de un tiempo precioso y a tomar la determinación de dominarlas, en lugar de permitirles que nos dominen a nosotros mediante su carácter adictivo.
Para tener la paz que menciona el Salvador (Juan 14:27), debemos dedicar nuestro tiempo a las cosas que más importan, y las cosas de Dios son las que más importan. Al relacionarnos con Dios mediante la oración sincera, al leer y estudiar las Escrituras a diario, meditar sobre lo que hemos leído y sentido, y luego poner en práctica y vivir las lecciones aprendidas, nos allegamos más a Él. La promesa de Dios es que a medida que busquemos conocimiento diligentemente de los mejores libros “[Él nos] dará conocimiento por medio de su Santo Espíritu” (D. y C. 121:26; véase también D. y C. 109:14–15).
El tiempo marcha sin demora al compás del reloj. Hoy sería un buen día, mientras el reloj de la vida terrenal marca la hora, para revisar lo que estamos haciendo a fin de prepararnos para presentarnos ante Dios. Testifico que hay grandes recompensas para aquellos que dedican de su tiempo en la vida terrenal para prepararse para la inmortalidad y la vida eterna. En el nombre de Jesucristo. Amén.
Ian S. Ardern
De los Setenta
Liahona de Octubre de 2011