Imaginen que están mirando una obra de teatro en la que aparece en escena un actor vestido de payaso y comienza a actuar en el papel dramático principal. A ustedes tal vez se les ocurriría pensar que hay algo fuera de lugar, que algún error se ha cometido en la vestimenta o en la asignación del papel.
Ahora piensen en lo impropio que es salir al mundo o ir a la iglesia vestido con prendas que no representen quiénes son ustedes realmente en espíritu. Nuestra apariencia y nuestra conducta comunican mensajes. ¿Qué mensaje estamos enviando? ¿Que somos hijos de Dios? Cuando vamos a la iglesia o al templo, es importante que nos vistamos de tal forma que demostremos estar preparados para adorar al Señor e indicar que mental y espiritualmente estamos listos para invitar al Espíritu a estar siempre con nosotros.
Cuando nos vestimos para llamar la atención del mundo, no estamos invitando al Espíritu a estar con nosotros y nos comportamos de forma diferente. Más aún, lo que llevemos puesto influirá en la conducta de los demás hacia nosotros.
Consideren el motivo por el que los misioneros se visten sobriamente con un traje con camisa blanca y corbata, y las misioneras con falda y blusa. ¿Cómo reaccionaría la gente ante un misionero medio despeinado, vestido con jeans, sandalias y una camiseta impresa con algún mensaje indecente? Tal vez se preguntarían: “¿Es éste un representante de Dios?”. Con un misionero así, ¿por qué habría de querer alguien tener una conversación seria sobre el propósito de la vida o la restauración del Evangelio?
Naturalmente, no tenemos por qué vestirnos siempre como misioneros; en realidad, hay veces en que es apropiado llevar ropa informal y modesta. Lo importante es esto: La forma en que nos vestimos influye en el modo en que la gente nos trate. Además, también manifiesta en dónde quieren estar realmente nuestro corazón y nuestro espíritu.
Lo que sentimos en nuestro interior se refleja en nuestro exterior. Por nuestra actitud, manera de hablar y vestimenta, demostramos amor y respeto hacia nosotros mismos y hacia los demás. Al expresarnos, vestirnos y comportarnos de un modo que no atraiga sobre nosotros atención inadecuada, demostramos amor y respeto por los líderes de la Iglesia y por los miembros del barrio o la rama. Cuando nuestro lenguaje, ropa y conducta no son provocativos ni indebidamente informales, manifestamos amor y respeto por amigos y compañeros. Y con una vestimenta y una conducta humildes, expresamos amor y respeto hacia el Señor. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35).
agosto 2008 Liahona
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